Si observamos la imagen anterior, podemos fácilmente comprobar la progresiva disminución del agua embalsada en Extremadura. Muy por debajo de la media de los últimos diez años, pero también inferior a la que existía el año pasado, cuando una generosa primavera palió un invierno relativamente seco.
La merma de los recursos hídricos nos habla de la menor escorrentía, consecuencia a su vez de unas cada vez más escasas precipitaciones. Se van cumpliendo así -inexorablemente- las predicciones de los científicos del IPCC, que auguran para nuestra tierra una desecación paulatina que tendrá catastróficos efectos sobre la flora, la fauna y sobre la agricultura.
En este contexto de emergencia ambiental, ¿qué hacen las autoridades? ¿Fomentar el ahorro? ¿Preservar y mejorar la calidad de las aguas? ¿Investigar y poner en funcionamiento métodos de cultivo más adaptados al secano?
Qué va. Al parecer, lo único que se les ocurre es alentar la construcción de una serie de térmicas y una refinería que no sólo agravarán el calentamiento global que nos está matando, sino que además intentarán hacerse con el control de los escasos recursos hídricos que nos van quedando a los extremeños.
Mal pinta la cosa si seguimos por este camino. No hay peor sordo que el que no quiere oír, es cierto, pero peor es peor aun que el sordo sea quien conduce el autobús.
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